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Una noticia sorprendente sobre glaucoma relacionada con el tratamiento

El glaucoma (presión intraocular elevada) tiene de bueno que no duele, pero es una trampa porque eso dificulta su diagnóstico, retrasa el tratamiento y aumenta las posibilidades de que se cumpla el peor de los pronósticos: desemboque en ceguera.

El 3% de la población española tiene glaucoma y, aunque puede aparecer a cualquier edad, es más habitual a partir de los 40 años y entre aquellos que tienen antecedentes familiares de la enfermedad. Junto con la diabetes (retinopatía diabética), es la primera causa evitable de ceguera en nuestro país, según indica la Sociedad Española de Glaucoma. La OMS, en su reciente informe sobre ceguera y discapacidad visual, también incluye a esta afección como uno de los principales responsables de la pérdida de visión.

Cuando una persona recibe el diagnóstico de glaucoma sabe que va a tener que seguir tratamiento de por vida

Cuando una persona recibe el diagnóstico de glaucoma, sabe que durante toda su vida va a tener que seguir tratamientos que ayuden a drenar el exceso de líquido acumulado en el interior del ojo (y que es el causante del aumento de la tensión): las gotas (de las que hay una extensa variedad de principios activos) son los más frecuentes, pero algunos pacientes requieren, además, recurrir al láser y a la cirugía.

Estudio oficial

Pero ¿y si los afectados pudieran prescindir del tratamiento sin correr el riesgo de un empeoramiento de la enfermedad? Eso es precisamente lo que insinúa un trabajo de la Universidad de Washington, que ha contado con la financiación del Instituto Nacional del Ojo, perteneciente al INH de Estados Unidos.

En el año 1994, el Instituto Nacional del Ojo puso en marcha un estudio para determinar si en las personas con hipertensión ocular es imprescindible implantar el tratamiento farmacológico para impedir la progresión a glaucoma y ceguera. Entonces se incluyeron a 1.636 pacientes y, aleatoriamente, a la mitad se les administró un medicamento en gotas y la otra mitad solo controles periódicos. Para obtener resultados válidos era necesario un largo periodo de seguimiento, así pues, el tiempo de ensayo se prolongó durante 20 años.

Al cabo de siete años, todos los enfermos recibieron tratamiento médico. En esta última fase del estudio, los investigadores evaluaron qué pacientes desarrollaron glaucoma una vez concluida la etapa inicial. Los resultados del estudio, dirigido por Michael Kass, de la Universidad de Washington, se han conocido a través de la revista ‘JAMA Ophthalmology’, y demuestran que no siempre es tan urgente instaurar el tratamiento, debido a que alrededor del 25% de los participantes desarrollaron pérdida de visión por glaucoma en al menos un ojo, una tasa menor de lo esperado. Para el profesor Kass, con este resultado “ya sabemos que no todos esos pacientes necesitan tratamiento”.

Optimizar la terapia

Los autores del estudio argumentan que los fármacos para la presión ocular alta, además del coste económico, pueden tener efectos secundarios (dolor de cabeza, boca seca, somnolencia) y para las personas mayores puede resultar difícil echarse las gotas en los ojos.

Como explica el artículo de ‘JAMA Ophthalmology’, en la primera fase del estudio quedó claro que la incidencia de glaucoma se redujo significativamente en aquellos que recibieron tratamiento. “Demostramos que la terapia preventiva funciona claramente porque redujo la incidencia de glaucoma entre un 50% y un 60% a los cinco o siete años de comenzar con ella”, describe el autor principal. Sin embargo, “incluso con esa disminución sustancial, el número total de personas que desarrollaron glaucoma se mantuvo relativamente bajo. Por tanto, demostramos que el tratamiento es efectivo, pero también que no todas las personas con presión ocular alta necesitan medicamentos”.

De los participantes del estudio, el 46% tenía evidencia de glaucoma en uno o ambos ojos, pero solo el 25% había experimentado alguna pérdida de visión cuando se examinó 20 años después del comienzo del estudio.

Identificando riesgos

Después de esto, el propósito era buscar factores de riesgo para identificar qué pacientes necesitaban terapia para bajar la presión y en cuáles bastaba con el seguimiento. Los investigadores identificaron cinco factores (confirmados por el análisis de seguimiento), útiles para decidir la frecuencia con la que los pacientes deben ser examinados y si podrían beneficiarse del tratamiento preventivo. Estos factores son: la edad del paciente, nivel de presión intraocular, espesor de la córnea; una medida de la apariencia del nervio óptico y otra medida derivada de pruebas estándar de campo visual.

Según Kass, al valorar estas variables queda claro que muchos pacientes con tensión ocular alta pueden controlarse mediante revisiones periódicas y es posible que no requieran tratamiento. Así, médicos y pacientes pueden consensuar cuál es la mejor opción terapéutica para controlar esa hipertensión.

El trabajo también revela que los riesgos asociados a retrasar el inicio del tratamiento farmacológico son relativamente bajos, puesto que las personas asignadas al azar a controles en la fase inicial del estudio, antes de cambiar a las gotas para disminuir la presión más adelante, solo presentaron un riesgo ligeramente mayor de pérdida de la visión después de 20 años respecto a aquellas que usaron gotas para los ojos para bajar la presión desde el inicio.

“Podemos retrasar el tratamiento para reducir la presión hasta que se detecte un daño temprano, y no parece afectar negativamente los resultados a largo plazo”, concluye Michael Kass.

Fuente: www.alimente.elconfidencial.com