Los tumores oculares pueden afectar a cualquier tejido del ojo. Tanto si son benignos como si no –algo que se confirma con la realización de una biopsia–, todos los tumores oculares deben ser evaluados y seguidos por oftalmólogos especialistas para que no comprometan la integridad del ojo, la visión y, en último término, la vida del paciente.
En función de si se han originado en el ojo o son producto de metástasis de un cáncer en otra zona del cuerpo, diferenciamos entre tumores oculares primarios y tumores oculares secundarios. En las mujeres, los tumores oculares secundarios suelen estar asociados a un cáncer de mama. En los hombres, los tumores oculares metastásicos suelen proceder de un cáncer de pulmón.
Tipos de tumores oculares
- Tumores palpebrales: representan cerca de la mitad de los tumores que llegan a las consultas de oftalmología y suelen consistir en masas, nódulos o abultamientos en los párpados, aunque también los hay planos. Generalmente son benignos, pero deben vigilarse por si no lo son, y, entre los malignos, el carcinoma basocelular es el más común.
- Tumores orbitarios: se localizan en cualquier zona de la órbita ocular (cavidad en la que se aloja el globo ocular). En la mayoría de los casos son benignos, pero hay que controlarlos por si aumentan de tamaño.
- Tumores intraoculares: afectan a las estructuras internas del ojo y, entre ellos, destaca como tumor primario maligno más frecuente en adultos el melanoma de coroides. No hay que confundirlo con el hemangioma de coroides, que también afecta al mismo tejido (la capa situada entre la retina y la esclera, en la parte posterior del ojo), pero que es de naturaleza benigna. Por otro lado, en el caso de los niños, el tumor maligno primario más frecuente es el retinoblastoma, que se origina en la retina y ocasionalmente también puede aparecer en adultos.
Asimismo, también hay tumores que afectan a otras estructuras como la conjuntiva, el iris, la vía lagrimal o el nervio óptico.
La sintomatología es muy variable en función de la localización del tumor. Los que afectan a los párpados son los más evidentes, ya que suelen manifestarse con cambios apreciables en la superficie palpebral. No obstante, muchas veces se les presta poca atención y no se les da mayor importancia, ya que a simple vista pueden confundirse, por ejemplo, con un orzuelo. El crecimiento de los tumores palpebrales puede ser muy lento y no suelen ser dolorosos. Algunos signos de sospecha de malignidad son: ulceración, sangrado, bordes irregulares y pérdida de pestañas.
En cuanto a los tumores orbitarios, solo suelen dar señales cuando crecen demasiado y debido a su tamaño provocan “ojos saltones” o exoftalmos, retracción palpebral (de modo que queda el ojo demasiado abierto), estrabismo y visión doble, e incluso pérdida de visión por la compresión del nervio óptico.
Esta pérdida de visión, así como la aparición de un desprendimiento de retina o de una hemorragia interna en el ojo, también pueden alertar de la existencia de tumores intraoculares que, de otro modo, son silentes y pasan desapercibidos. Estos daños visuales inesperados también pueden servir de alarma para diagnosticar tumores en otras partes del cuerpo, como ocurre en pacientes con cáncer de pulmón y metástasis ocular, que lo descubren a raíz de la visita al oftalmólogo.
Fuente: https://miranza.es/