Al margen de las afecciones que puedan surgir, con el paso de los años los ojos sufren un desgaste natural, que con el tiempo provoca la pérdida de transparencia del cristalino y una enfermedad que se conoce como cataratas.
El cristalino tiene la función de enfocar las imágenes percibidas -con el fin de ver correctamente- en una especie de pantalla fotoeléctrica llamada retina, ubicada en el fondo del ojo. A su vez, la retina condensará la información eléctrica y la distribuirá hacia las áreas visuales del cerebro, en donde realmente ocurre el proceso visual, dándole sentido a la percepción.
Lo que se ve, se procesa mentalmente y luego va formando parte de la realidad: imágenes que se acumulan a lo largo de toda la vida, que se almacenan y forman recuerdos, que estimulan la evocación de pensamientos, y otras que producen reacciones y nos llevan a tomar decisiones.
En síntesis, el sentido de la visión guía, de una forma u otra, las acciones del presente de toda persona. En tanto, quienes han perdido la visión a temprana edad o nunca han tenido esta capacidad, desarrollan mecanismos compensatorios en el resto de los sentidos en el cerebro.
Ahora bien, cuando hay una disminución de la visión en un adulto mayor, estos mecanismos compensatorios, que son cerebrales, son más lentos e incluso nulos, en algunos casos. Por eso, resulta lógico pensar que, si un adulto mayor va perdiendo la visión, también tendrá una alteración de su estado mental y, por ende, de su calidad de vida. Los años no vienen solos y es normal que los ojos atraviesen problemas relacionados con la edad. Y si bien las cataratas son reversibles en su totalidad, aún es grande el porcentaje de personas, en todo el mundo, que quedan ciegas a causa de esta patología.
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